lunes, 31 de octubre de 2011

Las dificultades, la solución siempre en el vestuario

Una temporada es algo más que un año de competición. El torneo, entre 34 y 38 partidos que traducidos a tiempo son algo más de 3000 minutos. La temporada, más de 300 días para un entrenador.
Todo comienza con la primera llamada de los directivos y termina con el pitido final del último encuentro. La primera se produce a finales de junio y el último a finales de mayo.
Casi un año al completo, 24 horas al día de organización, planificación, entrenamientos, conversaciones, llamadas, partidos, viajes ... y cuando no, la famosa soledad del entrenador, lo más difícil y al mismo tiempo la más importante, bonita: las decisiones.
Un entrenador es un gestor de recursos humanos, seguramente lo más difícil de gestionar en esta vida. Por eso, en éstas categorías en las que sólo se juega y participa por hobbie la psicología y la dirección de equipos es el aspecto que más tiempo te ocupa. 
Todos los jugadores se creen fundamentales, todos se ven en el once inicial y todos absolutamente todos se ven como el mejor en su puesto dentro de la plantilla; y es ahí donde tienes que fajarte. Tienes que hacer que esa creencia sea un sentimiento, no que se crean fundamenales e indispensables en su puesto, no; tienes que hacer que se "sientan" importantes dentro del grupo, y tienes que hacer que ese sentimiento se renueve día a día, semana a semana, minuto a minuto. Eso requiere un esfuerzo mental titánico.
Jugar a ser psicólogo en un grupo tan heterogéneo y tan cambiante y tan rápido requiere de unos reflejos mentales y tener una cantidad de recursos enorme. Ni siquiera la experiencia te asegura el éxito aquí, no hay fórmulas para ello, no existen; tendría que haber una para cada futbolista. 
A eso tienes que sumarle un componente esencial; y es que, probablemente, el equipo es el lugar en el que más tiempo pasas a lo largo del año. Tus jugadores, compañeros, son las personas con las que más tiempo vas pasar durante unos meses, el vestuario tu segunda casa y la cancha el espacio en el que te conviertes en un villano o en un héroe.
Ahí es donde radica la importancia del vestuario entendido no como un espacio físico, sino como el grupo formado por los jugadores, entrenador y ayudantes (si los tienes). Ese ente debe ser el yunque en el que forjar los éxitos y en el que asumir las derrotas, el paraíso en el que disfrutar o el muro sobre el que aguantar los envites de la competición.
Desde que entré por primera vez en un vestuario tuve claro que todos los que sientan allí van a darlo todo por sus compañeros. Se van jugar las piernas por ti y los demás, te van a defender aun cuando no lleves razón, se van a alegrar contigo, van a ser tus confidentes creando un halo de lealtad alrededor de la figura del equipo y el escudo difícilmente entendible en cualquier otro ámbito de la vida. Por eso hay que cuidarlo, por eso las decisiones que haya que tomar al respecto de ese ambiente son las más complicadas, las más duras, las más bonitas, las más crueles, las más justas...
Puertas a dentro puede pasar cualquier cosa, lo que sea. Lo importante es que cuando se abran, se salga con un discurso común, con decisiones claras, sin fisuras, aunque a veces no te guste lo que se decida dentro, unidos y cohesionados. Escuchar lo que se dice dentro, analizarlo, debatirlo si es el caso, compartirlo si lo crees oportuno, asumir toda la responsabilidad y decidir. 
Mi punto de vista es que, el entrenador,  tiene que ser la primera cara que se vea fuera para todo, la que está puesta en primer lugar cuando estamos fuera, asumiendo los palos, las derrotas y las críticas; y retirarte un poco cuando lo que llegan son victorias; ofrecerlas al resto y enseñarlas como éxitos de tus jugadores y ayudantes.
Lo que tengas que hacer, más aún si es algo desagradable para alguien, se hace dentro y no sale fuera. La ropa sucia se lava en casa y tú eres el que recoge y pone la lavadora. Los jugadores se manchan contigo dentro, pero fuera sale todo el mundo limpio y preparado como un tanque para entrenar, competir, atender a los medios o incluso hablarlo en casa. 
Respeto, humildad y trabajo. Las tres patas de un banco que tiene que sustentar la relación de un grupo heterogéneo de gente que van a pasar juntos más tiempo que con sus novias, familiares, amigos y vecinos. El trabajo se hace día a día, la humildad se practica minuto a minuto y el respeto es el cemento que lo une todo
Tienes que ser el más trabajador, el más humilde, y ganarte el respeto a base de hablar, debatir, convencer con argumentos, escuchar, y decidir... aún sabiendo que te equivocas. La imposición no le sirve salvo al que no sabe hacer otra cosa  que gritar, así como la leña sólo le sirve al jugador que no sabe tratar bien la pelota.
Todas las dificultades, en grupo, se digieren y superar mejor. Y el grupo en esto de la pelota, el albero o el césped se llama vestuario.
Dice Don Vicente del Bosque. "La disciplina, ni dura ni permisiva, hay que mantenerla pero nunca imponerla"
Beethoven compuso su 9ª sinfonía estando ya sordo, y dirigió él mismo a la orquesta el día que la presentaba al mundo. A veces creo que es más difícil entrenar a un equipo de fútbol... por eso me encanta.
-

-

No hay comentarios: