lunes, 20 de octubre de 2008

El honor.

Miguel Ranchal Sánchez - 20/oct/08 - Diario Córdoba
Quizá sea pedagógico explicar la capacidad de atracción de energía que posee un agujero negro acudiendo a la insaciable egolatría de Garzón , lo cual acentuará las voces críticas contra este remeneo del pasado. Pero ello no ha de llevarnos a conjuntar reconciliación y olvido, sino a ponerles nombres y apellidos a las víctimas de nuestra contienda.
Mi abuelo está en esa encrucijada. Miguel Ranchal Plazuelo combatió en la guerra de Marruecos, en esos blocaos de Xauen donde se abrazó al pacifismo tras ver morir a tantos compañeros. Secretario de las Minas de El Soldado y luego alcalde de Villanueva del Duque por el PSOE, cargo en los que continuaron los viajes a Madrid y París en esa lucha imposible por mantener en Los Pedroches la continuidad de tantos puestos de trabajo.
Renunció a ser diputado en las Cortes a favor del padre de Santiago Carrillo . Durante la guerra fue un anónimo protagonista de una pequeña lista de Schindler, abriéndole las puertas del cuartelillo a algunos potentados, para que no entrara a degüello el temible batallón de Jaén. La ingratitud fue el pago de los vencedores: la clemencia no le llegó al campo de concentración de Albatera ni a la cárcel de Barcelona.
Mi abuela conoció su muerte en una carta en la que se despedía de su familia hasta la Eternidad. Sin el permiso de Garzón y con la desidia del PSOE cordobés, mi padre se ha pateado los archivos nacionales intentando localizar sus restos.
Los ha encontrado, tras tener acceso a un sumario que rebosa cinismo. Mi padre se aferra a otra tradición, más calderoniana: no quiere tanto venerar los huesos de su progenitor, sino que le devuelvan el honor, que es patrimonio del alma
Quizá sea pedagógico explicar la capacidad de atracción de energía que posee un agujero negro acudiendo a la insaciable egolatría de Garzón , lo cual acentuará las voces críticas contra este remeneo del pasado. Pero ello no ha de llevarnos a conjuntar reconciliación y olvido, sino a ponerles nombres y apellidos a las víctimas de nuestra contienda.
Mi abuelo está en esa encrucijada. Miguel Ranchal Plazuelo combatió en la guerra de Marruecos, en esos blocaos de Xauen donde se abrazó al pacifismo tras ver morir a tantos compañeros. Secretario de las Minas de El Soldado y luego alcalde de Villanueva del Duque por el PSOE, cargo en los que continuaron los viajes a Madrid y París en esa lucha imposible por mantener en Los Pedroches la continuidad de tantos puestos de trabajo.
Renunció a ser diputado en las Cortes a favor del padre de Santiago Carrillo . Durante la guerra fue un anónimo protagonista de una pequeña lista de Schindler, abriéndole las puertas del cuartelillo a algunos potentados, para que no entrara a degüello el temible batallón de Jaén. La ingratitud fue el pago de los vencedores: la clemencia no le llegó al campo de concentración de Albatera ni a la cárcel de Barcelona.
Mi abuela conoció su muerte en una carta en la que se despedía de su familia hasta la Eternidad. Sin el permiso de Garzón y con la desidia del PSOE cordobés, mi padre se ha pateado los archivos nacionales intentando localizar sus restos.
Los ha encontrado, tras tener acceso a un sumario que rebosa cinismo. Mi padre se aferra a otra tradición, más calderoniana: no quiere tanto venerar los huesos de su progenitor, sino que le devuelvan el honor, que es patrimonio del alma.
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Y por relación con el tema dejo también este artículo que escribí hace un tiempo y que ya estaba en LA PIZARRA.
LA MEMORIA y LA FAMILIA
Hace algún tiempo que me he propuesto recuperar esas historias de los abuelos que cuando somos pequeños nos suenan a cuento en blanco y negro, y a las que en los años de infancia nos resultaban algo pesadas y a las que nunca les presté mucha atención. He tenido la suerte de conocer a tres de mis abuelos; Emilio y Ana, los paternos, y Agustina, la materna. Mi abuelo Antonio murió dos años antes de que yo naciera. Recuerdo que la noche de los sábados mi abuelo Emilio ante nuestra insistencia nos enseñaba algunos restos de munición que seguía teniendo embutido en su piel; “trocitos de metralla decíamos”. Cuando nos hacíamos alguna herida jugando nos curaba y nos decía que el pudo ser “practicante y enfermero” porque en la guerra tuvo que “coserle tripas a más de un compañero”. Mi abuela nos contaba que ella había viajado mucho por toda la costa del levante, que tuvo que dejar su casa y su marido y que recorrió media España con sus hermanos. Mi abuela materna me decía que su marido estuvo en la estación de Puertollano trabajando durante la guerra en el servicio de intendencia, que repartía comida y enseres para toda la población, y que mandaba trenes desde allí a Madrid. Durante muchos años eson fueron los conocimientos que tuve de la guerra civil española. No supe quienes eran los rojos o los azules porque en mi casa y en la de mis abuelos no me lo dijeron. Tampoco lo aprendí en el colegio porque la asignatura de historia que se impartía en la E.G.B. jamás se llegaba al siglo XX. Podía discutir con cualquiera de los Reyes Católicos, de Felipe II o de la revolución francesa pero no sabía quien era Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas o Federico García Lorca. Pero uno crece y la curiosidad por aprender es fuerte. Comenzé a darme cuenta que la guerra y los 40 años posteriores han sido dos etapas fundamentales para saber dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Los años en los que se criaron nuestros padres y abuelos, años con sus desgracias y bonanzas, de terror los primeros y de represión los 40 siguientes, años en los que la vida en los pueblos fue especialmente dura, más para unos que para otros. Yo quiero saber más, sin engaños ni sectarismos y quiero que todos podamos tener la oportunidad de saber y conocer qué pasó, que los muertos tengan también la oportunidad de ser enterrados como se merecen y dónde se merecen que es ni más ni menos donde están todos los demás, donde los familiares puedan visitarlo si lo desean. Quiero saber quién mató, dónde y el porqué . Atrocidades todas que no podemos repetir y por eso tenemos que conocerlas. No creo que eso sea abrir heridas, no se me ocurre otra manera mejor de cicatricar las que aún siguen abiertas. Mis dos abuelos lucharon en el bando republicano. Al terminar la guerra uno pasó tres años en un campo de concentración y al otro lo quisieron fusilar por repartir alimentos, lo salvó la unánime protesta del pueblo al que estuvo alimentando. Mis abuelas jamás me hablaron de odio hacia uno u otro “bando”, pero yo quiero saber más; y no quiero que la única que me queda se vaya sin enseñarme cómo es posible tener ese corazón que tiene habiendo sufrido tanto. Así que ya sabes ANITA.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Soy del pueblo a mis años siempre estare esplicandoles a mis hijos todo lo relacionado con los crimenes del pasado es algo que hay que tener presente la historia nos muestra que cuando un pueblo no se ocupa de su historia lo paga muy caro despues,imajinaros los jovenes nosotros por defender la democracia fuimos a la carcel con esto esta todo dicho, unidos siempre por nuestros hijos y la libertad ,un saludo al honor de nuestros seres queridos que lucharon por nuestra libertad.Cobos que grande eres