miércoles, 28 de noviembre de 2007

De DOMINGOS y FÚTBOL

El partido comienza la noche del viernes, al terminar el último entrenamiento de la semana. Sobre las 22’30 de la noche y mientras haces la secuencia de estiramientos entre risas y anécdotas, el entrenador saca una notita del bosillo del chándal y no sin antes de reclamar un poco de atención, anuncia la lista de los 16 convocados que vestirán la camiseta del club el domingo en el partido de liga. Como dos puestos están reservados para los porteros, las plazas se reducen a 14. En un instante tus compañeros de equipo son tus rivales por ocupar un sitio entre “LOS CONVOCADOS”. Durante esos 30 segundos se para el mundo, todos los asuntos que te pasaban por la cabeza desaparecen como si una explosión nuclear haya devastado tus neuronas; la vista, el gusto, el olfato y el tacto dejan de existir para que afinar el oído, el corazón se acelera como si acabases de esprintar; terrible y sofocadamente bonito. Si estoy entre los 16 no suelo salir el sábado por la noche y el domingo me levanto temprano, desayuno copiosamente y me voy a comprar la prensa. No como, me gusta tener el estómago vacío para jugar, sin riesgos a no haber hecho la digestión, ardor o pesadez. El domingo por la tarde nos enfrentamos al equipo de turno. Un hora antes del pitido inicial todo el mundo en el vestuario. Nos colocamos las medias y el pantalón entre bromas, recordando el fin de semana y haciendo algún chiste sobre los calzoncillos ajustados y amarillos de “fulanito”. Cada jugador tiene su ritual. Algunos se colocan unas medias debajo de las oficiales, otros sólo unos calcetines bajos para que los gemelos estén más sueltos; las obligatorias espinilleras bien atadas con elásticos o sujetas sólo con las propias medias, medio rollo de esparadrapo en el tobillo para que no se bajen y no estorben al correr, unas gomitas o un trozo de venda atando el dobladillo superior de la media... Botas atadas y a escuchar las últimas palabras del míster. Tras la frase “voy a decir el equipo” silencio absoluto. Se acaban las bromas y los chistes; en sólo unos segundos vas a ser el tío más feliz o más desgraciado de la tierra. No hay ni un sólo jugador de fútbol en cualquier parte del mundo que diga la vedad si en ese momento no está nervioso. Si no lo está es porque no ama este deporte. Todo el mundo quiere jugar y aunque sepa que sus posibilidades son escasas siempre tienes la esperanza de estar entre los 11 que comienzan el encuentro. El entrenador se convierte en tu mejor amigo o en el villano más grande que has conocido jamás. A calentar. Si eres suplentes durante los siguientes minutos estás hundido, no quieres salir del vestuario porque no quieres ver la cara de nadie. Tus amigos y compañeros empiezan a correr y tú te ves entre ellos, no entiendes por qué estás fuera... Tú entrabas mejor que fulanito en el once. Pasan los minutos y te vas calmando, sales a tocar un poco el balón y esa rabia se transforma en un deseo terrible de animar y apoyar a los 11 titulares, te acercas, hablas con ellos para que no se descentren, para que lo den todo y para desearle toda la suerte, darle algunos consejos y un abrazo. Entramos al vestuario, un poco de agua, nos ponemos nuestro número, nos reunismo en el centro y rezamos un Padre Nuestro para que nadie de loas 22 se lesione. Las últimas arengas y a jugar. El día que deje de sentir así el deporte me retiraré. ¡AUPA RECRE!
Publicado en el Semanario Guadiato Información el día 20 de octubre de 2007.

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